viernes, 11 de febrero de 2011

EL SÍMBOLO DEL ESPLENDOR DE LA ROMA IMPERIAL: EL COLISEO, NUEVA MARAVILLA DEL MUNDO



Impresionante en su forma y espectacular en sus dimensiones, hasta el siglo XX ningún edificio superó en capacidad al Coliseo de Roma, originalmente denominado anfiteatro Flavio, escenario de crueles y sangrientos espectáculos de lucha y muerte




















Cuenta la leyenda que los gemelos Rómulo y Remo, hijos de Marte, el dios de la guerra, fueron abandonados al nacer a orillas del río Tíber. Afortunadamente, una loba llamada Luperca se encargó de amamantarlos y los bebés crecieron sanos. Sin embargo, siendo adultos, dice el mito que Rómulo mató a Remo su hermano y fundó Roma. Hoy en día, el símbolo de una de las ciudades más bellas del mundo sigue siendo la loba y los dos niños.
Esclavizada por su majestuoso pasado, Roma, también conocida como la Ciudad Eterna, porque atesora restos arqueológicos de todas las épocas, emerge sobre Siete Colinas, como una galería de arte viva, de más de tres mil años de Historia. Sus seculares ruinas dejan constancia del esplendor y la grandeza de una época en la que Roma traspasó incluso los límites de Oriente.

El icono de todo un Imperio. Ese es el Coliseo (Colosseum en latín), la obra más grandiosa de la arquitectura romana. La muestra de todo el poder de una ciudad sobre un vasto Imperio. El Coliseo, la admiración del mundo entero en una época gloriosa para Roma; el lugar donde gladiadores, fieras y juegos servían de divertimento a una sociedad ufana y sabedora de su grandeza.

Para situarnos en aquella época y rememorar tiempos de gloria, lo mejor es ir a la zona del Capitolio, al Campidoglio, una de las Siete Colinas de Roma. Desde ese plaza, accederemos a un balcón que se asoma sobre los Foros Imperiales, el lugar, hoy en ruinas, donde yace toda la magnificencia del Imperio Romano. Desde allí podremos divisar el Circo Máximo, el Foro Romano, el de Trajano, los Templos de Saturno y la Concordia, o el Valle del Anfiteatro con el famoso Coliseo. Construcciones cargadas de Historia que transportan al espectador hacia años de lucha, de dominación, de fastuosidad y de grandeza.

Y dominando todo ese imponente escenario se yergue, altivo, un gigante callado, el Coliseo, originalmente denominado Anfiteatro Flavio, situado literal y simbólicamente en el corazón de la antigua Roma, entre las colinas Celio, Esquilino y Palatino. Sus dimensiones son la mejor prueba de su espectacularidad: un edificio ovalado de 189 metros de largo por 156 metros de ancho, de casi 50 metros de altura, y con un perímetro de 524 metros. Aún hoy, en ruinas, impresiona su elegancia.

La construcción del Coliseo empezó bajo el mandato del emperador Tito Flavio Sabino Vespasiano, fundador de la dinastía Flavia, entre el 70 y 72 después de Cristo. La inauguración - cuyos festejos se prolongaron durante cien días – se produjo en el año 80 d.C. y ya bajo el reinado de Tito, hijo de Vespasiano. Finalmente, el emperador Domiciano culmina las obras en el 82 d.C., construyendo el hipogeo, el subsuelo del escenario propiamente dicho, y añadiendo una galería en la parte superior del edificio para aumentar su aforo. La monumental construcción se erigió en el lugar que ocupaba un lago situado en los jardines de la Domus Aurea, el fastuoso palacio de Nerón. Antiguamente, junto al Coliseo, había una gigantesca estatua de bronce de más de 35 metros de altura: el Coloso de Nerón, que representaba al emperador, y a la que, tras el fallecimiento de éste, se le sustituyó la cabeza por la del dios Sol.

Según una inscripción encontrada en el Coliseo, el emperador Vespasiano ordenó que este nuevo anfiteatro se financiara usando su parte del botín como general. Esto puede referirse, según los expertos, al saqueo del Templo de Jerusalén llevado a cabo por los romanos tras su victoria en la Gran Rebelión Judía del 70 d.C. El Coliseo puede así ser interpretado como un gran monumento triunfal, siguiendo la tradición romana de celebrar las grandes victorias bélicas.

En el anfiteatro Flavio se utilizaron las más variadas técnicas de construcción. Los arcos y los potentes pilares sobre los que descansa la construcción son de traventino colocado sin argamasa. En las partes inferiores y en los sótanos se empleó, del mismo modo, la toba volcánica, un tipo de roca ligera y de consistencia porosa. Muchas de estas rocas labradas iban sujetas con grapas metálicas.

La fachada del Anfiteatro constaba de cuatro niveles. En cada uno de los tres primeros se abrían 80 arcos y con semicolumnas adosadas que soportan un entablamento puramente decorativo. Las columnas son de estilo toscano las del primer piso, jónicas las del segundo y corintias las del tercero. En cada una de las arcadas había originalmente una estatua representativa de emperadores y dioses. El cuarto piso, de estilo indefinido, lo forma una pared ciega. Las comunicaciones entre cada piso se realizaban a través de escaleras y galerías concéntricas.

Ya en el interior del anfiteatro, la zona de graderíos, la llamada cávea, estaba
organizada en cinco niveles en los que se agrupaban los espectadores, con áreas delimitadas según la clase social: los senadores, la aristocracia, los ciudadanos y la plebe. Cuanto más cerca de la arena se hallaban mayor era el rango al que pertenecían. En el podium, el primer nivel, se sentaban los romanos más ilustres: los senadores, los magistrados, los embajadores extranjeros, los sacerdotes, las sacerdotisas consagradas a la diosa Vesta y otros altos dignatarios. En el centro del podium, se hallaba el palco del emperador, llamado pulvinar, y otra tribuna reservada para el magistrado que presidía los juegos. Dado que este piso estaba situado muy cerca de la arena, a sólo cuatro metros de altura, había una red metálica de protección y arqueros apostados estratégicamente.

Por encima del podium estaba el maenianum primum, para los nobles que no ostentaban el cargo de senadores, y el maenianum secundum para los plebeyos, el cual se dividía a su vez en immum, para los adinerados, y summum, para los pobres, los esclavos y las mujeres. Los enterradores, los actores y los ex-gladiadores no podían entrar en el Coliseo; estaba prohibido para ellos. Hasta el cuatro nivel de asientos éstos eran de mármol, sustentados en estructuras abovedadas. Los asientos del quinto nivel eran de madera, a fin de reducir el peso, y con él, el empuje sobre el muro exterior. No se ha conservado el mármol de que estaban hechos los asientos.

Cuatro amplias galerías concéntricas, cuyas paredes estaban enlucidas y pintadas, daban acceso a los diferentes niveles de asientos mediante un complejo sistema de escaleras. El acceso desde los pasillos internos del Coliseo hasta las gradas se producía a través de los vomitorios, llamados así porque permitían la salida y la entrada de una enorme cantidad de gente en poco tiempo. Estaban tan bien diseñados que todo el aforo del anfiteatro, estimado en unos 50.000 espectadores, podía ser evacuado en sólo cinco minutos. Los vomitorios eran un punto peligroso, sobre todo durante las aglomeraciones producidas en el momento de la salida, ya que había una caída de unos tres metros desde los asientos situados sobre ellos. Estos huecos estaban protegidos por antepechos y barandillas de piedra decorados con relieves y pinturas.

El escenario de los espectáculos propiamente dicho, de forma oval, no se ha conservado. Era en realidad una plataforma construida en madera y cubierta de arena, y de piedra en la zona más próximas a las gradas. Medía en sus ejes mayor y menor 75 y 44 metros respectivamente. Bajo ella se extendía el “anfiteatro invisible”, el hipogeo, un auténtico laberinto de pasillos y recintos, sostenido por muros de seis metros de altura. Allí los gladiadores y las fieras, encerradas en jaulas, aguardaban su turno para aparecer en escena; un complejo sistema de rampas y montacargas les permitía acceder a la superficie. Las galerías estaban comunicadas con la mayor escuela de gladiadores de Roma, Ludus Magnus, mediante un túnel; otros dos pasajes subterráneos llevaban al palco imperial y al palco de los cónsules. Parte de aquella plataforma de madera ha sido reconstruida. El resto ya no se conserva, con lo que todo el subsuelo permanece hoy al aire libre.

Una hilera de 250 mástiles de madera, situados en la parte más alta del edificio, y accionados mediante poleas, permitían extender un inmenso toldo de tela de vela - el velarium - sobre el Coliseo, que procuraba sombra a los espectadores. De tender y recoger la espectacular carpa se ocupaba un destacamento especial formado por un millar de marineros de las flotas romanas de Miseno y Rávena, que seguramente trabajaban desde la techumbre del último nivel. En la parte superior de la fachada se han identificado los huecos en los que se anclaban los 250 mástiles que soportaban los cables.

Así como las peleas de gladiadores, muchos otros espectáculos públicos tuvieron lugar en la arena del Coliseo, como naumaquias o recreaciones de famosas batallas navales, caza de animales salvajes, ejecuciones, y obras de teatro basadas en la mitología clásica. Estos espectáculos se celebraban en ocasiones con gran pompa: se cuenta el emperador Trajano, para festejar sus victorias en el campo de batalla, organizó unos juegos de 117 días consecutivos, en los que participaron 4.912 parejas de gladiadores y 11.000 animales salvajes.

"Cuando caiga Roma, cairá el mundo"


El mayor espectáculo de masas de la Antigüedad tuvo como protagonistas a los gladiadores. Eran los ídolos del público de la antigua Roma, que esperaba verlos morir con valentía tras un buen combate en el Coliseo. La famosa expresión latina panem et circenses (pan y circo) resumía todo lo que los gobernantes de la urbe requerían para manejar a la plebe y mantenerla entretenida. Multitudes podían participar de las sangrientas diversiones con que los emperadores cortejaban a su pueblo.

Son muchos los mitos en torno a la lucha de los gladiadores. Por ejemplo el gesto del pulgar hacia abajo que determinada la suerte de un vencido o la fórmula con que los prisioneros condenados a luchar saludaban al emperador Claudio: “¡Ave César! Los que van a morir te saludan”. Pero más allá de estos detalles, casi todo lo demás parece haber sido cierto, dramáticamente cierto : el cruel espectáculo de la sangre derramada exaltaba los ánimos de los espectadores, que quedaban atrapados por la adicción al anfiteatro.

Recibía el nombre de gladiador quién batallaba con otro, o con una bestia, en los juegos públicos de la antigua Roma. Un hombre libre se podía convertir en gladiador por varias causas, como la pobreza, la esclavitud o el deseo de huida; pero los gladiadores también podían alcanzar cierta promoción social. Los combates se anunciaban por toda Roma en carteles pegados a los muros y podían adquirirse programas de mano con el orden de los espectáculos. El gladiador que vencía en combate recibía el premio de la victoria y recorría la arena aclamado por el público, y especialmente por las damas de la aristocracia. Para algunos filósofos romanos, las luchas de gladiadores eran un ejemplo de entereza ante la muerte; el combatiente se enfrentaba a su final como tenía que hacerlo el sabio estoico: con valentía y firmeza.

Las armas empleadas por los gladiadores eran de formas muy distintas de las que usaban los soldados romanos. Se han descubierto muchos ejemplares de ellas, principalmente en Pompeya. Había diferentes clases y categorías de gladiadores que se diferenciaban por sus armas y su manera de combatir. Armados con cascos y escudos, portaban lanzas, cuchillos, espadas, tridentes y redes. Las piernas y los brazos iban protegidos por espinilleras y brazaletes de bronce respectivamente El día de la fiesta los gladiadores lujosamente vestidos se dirigían al anfiteatro Flavio atravesando la ciudad. Una vez en la arena efectuaban un simulacro con armas de madera. Y comenzaban los combates. Al llegar los gladiadores al momento final del triunfo preguntaban al público si debía matar al vencido o no, el cual previamente había pedido clemencia levantado la mano. El vencido, en ese último momento, no ofrecía resistencia, y afrontaba su muerte con dignidad. Durante el Bajo Imperio, tan solo el emperador tenía el derecho de perdonar o condenar a muerte. Los gladiadores que morían en la arena eran arrastrados al espoliario por los esclavos que estaban al servicio del anfiteatro los cuales se valían de un garfio de hierro y los sacaban por la puerta llamada de la Muerte.

Los crueles y sangrientos espectáculos de la arena del Coliseo permanecen como uno de los grandes misterios de la antigua Roma. Durante más de cinco siglos, los letales enfrentamientos entre gladiadores sirvieron para entretener a las clases privilegiadas del Imperio. ¿Por qué eran tan mortales estas diversiones tan importantes en la sociedad romana que construía monumentales anfiteatros para su representación? ¿Cómo vivía un gladiador su contradictoria convicción de esclavo y héroe?

El anfiteatro Flavio se usó durante más de 500 años, celebrándose los últimos juegos en el años 523 d.C, en la época del ostrogodo Teodorico, bastante más tarde de la tradicional fecha de la caída del Imperio Romano en el 476 d. C. Se calcula que en todo ese tiempo murieron entre medio millón y un millón de personas en el Coliseo. Hoy se considera a este anfiteatro como el escenario de numerosos martirios de los primeros cristianos. Sin embargo, algunas fuentes históricas afirman que el Circo Flaminio – y no el Coliseo – fue el lugar donde ocurrieron estos martirios. Lo cierto es que varios Papas mandaron realizar trabajos de reparación y restauración en el Coliseo, por lo que el edificio aún conserva una conexión con la cristiandad. Se erigieron cruces en varios puntos dentro y fuera del edificio y cada Semana Santa el Papa encabeza una procesión al Coliseo en memoria de los mártires cristianos.
El anfiteatro ha sufrido cuatro terremotos a lo largo de su historia. El gran terremoto de 1349 dañó severamente la estructura del edificio, haciendo que el lado externo sur se derrumbase. Y durante siglos se convirtió en la cantera de Roma. Infinidad de piedras del anfiteatro fueron reutilizadas para construir palacios, iglesias, hospitales y otros edificios en toda la ciudad. Pero ahí sigue, indestructible. El monje y erudito conocido como Beda el Venerable ya predijo: “Mientras siga en pie el Coliseo, seguirá en pie Roma. Cuando caiga el Coliseo, caerá Roma. Y cuando caiga Roma, caerá el mundo”.

El Coliseo ha sido denominada una de las Nuevas Siete Maravillas del Mundo, según la designación honorífica realizada en Lisboa, el 7 de julio de 2007.


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