lunes, 7 de febrero de 2011

EL INCOMPARABLE Y MAJESTUOSO TAJ MAHAL, EL MÁS BELLO MONUMENTO HECHO POR AMOR












- Es un mausoleo muy especial, fruto de una hermosa historia de amor entre el emperador Shah Jahan y su amada esposa, Mumtaz Mahal, quien, en 1631, murió dando a luz y a quien fue dedicada la obra como ofrenda póstuma

- Los restos de Shah Jahan también reposan junto a los de su esposa. Juntos duermen el sueño eterno, unidos para siempre

- Construido enteramente en mármol blanco y con incrustaciones de valiosas gemas e inscripciones del Corán, el monumento es la obra cumbre de la arquitectura Mogol, estilo que combina en su diseño elementos islámicos, persas, indios y turcos

- El legendario edificio reluce como una perla distante y etérea, impactante en su serena belleza, sublime por su armonía de líneas

- La construcción de este icono de la India duró veinte años, y unas 20.000 personas trabajaron en el proyecto

Es el mayor show de la Tierra. Un caldo de lenguas, etnias, castas, culturas, dioses, mitos y leyendas, que hierve a borbotones. Nacida y alimentada por la espiritualidad, la India sigue siendo el único país distinto a todos los demás, donde todo es posible. Hasta el tráfico infernal, el ruido y la contaminación de sus tremendas metrópolis pueden convertirse en una experiencia cautivadora a los ojos del viajero occidental. Un auténtico caos del que milagrosamente entra y sale una vorágine de personas, vehículos y hasta animales para llegar hacia sus destinos. Un caos del que surge el orden. En la India se suele decir que tiene que existir un dios, porque un país tan caótico sólo un dios puede dirigirlo.

Un viaje a la India no lo olvidas nunca. Es el reino de los contrastes, donde tradición y modernidad conviven en perfecta armonía. Los muy ricos y los muy pobres, los teléfonos móviles y los telares medievales, los suntuosos palacios de los maharajás y los enormes barrios de chabolas. Allí todo es tan diferente a nuestra vida cotidiana, que cada día es una apasionante aventura con innumerables cosas que te sorprenden, que te emocionan, que te hacen reír y llorar. La sonrisa de un niño cogiendo un caramelo o el gesto de gratitud de una mujer al aceptar un frasco de champú como regalo acaban convirtiéndose en momentos inolvidables.

Uno puede haber ido varias veces a la India y, sin embargo, volver a ver el Taj Mahal. Es una de las Siete Nuevas Maravillas del Mundo. Y la tumba más famosa del Planeta, junto a las pirámides de Egipto. De una belleza extrema, grandiosa y solemne, el legendario monumento se muestra indiferente al paso del tiempo. No hay nada igual. Se encuentra ubicado en la ciudad de Agra, en el estado de Uttar Pradesh, al norte de la India, a 200 kilómetros de su capital, Delhi. El Yamuna, uno de los ríos sagrados para los hinduistas, llega a Agra en dirección norte-sur, pero en la ciudad describe un meandro dirigiéndose hacia el este, y es en este tramo, y cuando ya va a abandonar la urbe, donde sus aguas reflejan la imagen del imponente edificio.

El Taj Mahal fue erigido por Shah Jahan, quinto emperador de la dinastía Mogol en la India, un pueblo guerrero y conquistador de religión musulmana, hoy minoría en aquel subcontinente, históricamente enfrentado con la mayoría hinduista. Shah Jahan, conocido como el príncipe Khurram antes de subir al trono, gobernó entre los años 1628 y 1658, y recibió el título, junto a sus cuatro predecesores y sucesor, de “Gran Mogol”. Fue el tercer hijo de Jahangir, a quine sucedió tras un sangriento enfrentamiento fraticida, pues dos hermanos suyos, muchos sobrinos y primos perdieron la vida en la lucha por el trono. Durante su reinado se ampliaron las fronteras del Imperio gracias a numerosas campañas militares exitosas. Agra fue la capital del imperio Mogol entre los siglos XVI y XVIII.

En un bazar, los ojos del joven príncipe Khurram se encontraron con los de Aryumand Banu Begam, de sólo 14 años, nieta del Primer Ministro del emperador Jahangir, padre de Khurram. Éste, impresionado por su belleza, preguntó el precio del collar de diamantes que ella se estaba probando. El príncipe pagó sin dudarlo la enorme suma que costaba la joya y así conquistó de inmediato el corazón de la joven. Pero los novios tuvieron que esperar cinco años para casarse, tiempo durante el cual no pudieron verse ni una sola vez. Finalmente, pudieron unirse en matrimonio. La boda tuvo lugar en abril de 1612, con una ceremonia espectacular. Ella tenía 19 años y él, 21.


El príncipe Khurram fue coronado en 1628 y se otorgó a sí mismo el título de Shah Jahan (literalmente “Emperador del Mundo”). Dio muchos títulos a su amada esposa, entre ellos Mumtaz Mahal , que quiere decir “la elegida de Palacio”, según algunas fuentes, y, según otras, “Perla de Palacio”, y Mumtaz-ul-Zamani (“Distinguida de la época”). El amor se hizo más fuerte con cada día que pasaba. Se les veía felices y juntos por los jardines, por el palacio, por la ciudad. Vivían el uno por el otro. Mientras ella le acompañaba en cada campaña militar que realizaba, él la colmaba de regalos, de detalles, de flores, de diamantes.

El Taj Mahal nació de una de las más hermosas historias de amor que puedan contarse, protagonizada por el propio Shah Jahan y su esposa. La emperatriz Mumtaz fue siempre la esposa favorita del Emperador, su confidente y consejera. Pero, en junio de 1631, sobrevivo la tragedia... Tras un sinfín de guerras interminables en busca de la conquista del trono y tres años después de conseguirlo, Shan Jahan estaba de campaña militar en Burhanpur, a más de mil kilómetros de Agra. A pesar de encontrarse en avanzado estado de gestación, Mumtaz acompañó a su marido como siempre lo había hecho. Fue entonces cuando avisaron al Emperador de que el parto de su mujer se estaba complicando. Shah Jahan corrió desesperado al encuentro de su amada, pero nada se pudo hacer. Mumtaz falleció a dar a luz. Era el decimocuarto hijo en casi 20 años de matrimonio y de los trece anteriores vivían cuatro varones y tres mujeres; la que le provocó la muerte aquel mes de junio, Gauhara, también sobrevivió. Cuando murió, Mumtaz tenía 39 años. El Emperador sólo pudo darle un último beso de despedida.

Narran las crónicas de la época que el Emperador mantuvo a la corte real de luto durante dos años. Durante ese tiempo no hubo música, ni fiestas ni celebraciones de ningún tipo. La leyenda asegura que en una sola noche los cabellos del monarca se volvieron blancos como el mármol; que no comía, ni bebía, que no quería ver a nadie. Los meses siguientes a la muerte de su amada esposa se recluyó en sus aposentos, vestía con ropajes impropios de su rango y oraba sin cesar.

Mumtaz Mahal fue enterrada en el jardín Zainabad de Burhhanpur. Meses más tarde sus restos fueron conducidos a Agra. El lugar elegido para su descanso eterno era un jardín en la orilla del río Yamuna que no tenía ningún tipo de edificaciones a su alrededor.

Mumtaz había pedido a su esposo en el lecho de muerte que cuidara de sus hijos y que no se olvidara nunca de ella. Y este pensamiento, el de recordarla para siempre, fue lo que hizo recapacitar a Shah Jahan para no hundirse en su melancolía: construiría el más maravilloso Mausoleo que ojos humanos puedan ver. Así su amada sería recordada en los siglos venideros. Y así ha sido. El Taj Mahal se ha convertido en un icono imperecedero, en la más hermosa plasmación arquitectónica que el amor ha provocado.


Poesia hecha arte
La construcción del Taj Mahal se inició en el quinto año del reinado de Shah Jahan. Empezó en 1631 y concluyó en 1653. Veintidós años en total, diecisiete para el Mausoleo real y cinco para el resto de edificaciones. Aunque el Mausoleo de mármol blanco es la parte más conocida, el Taj Mahal es en realidad un espacio monumental de grandes dimensiones, un conjunto de edificios integrados, adornado con hermosos jardines simétricos, fuentes, estanques de agua y canales bordeados por hileras de cipreses.

No existe un nombre que represente la autoría del Taj Mahal, el nombre de un arquitecto que asuma la responsabilidad de la totalidad del proyecto. Las obras imperiales se encargaban a gabinetes de arquitectos controlados por nobles escogidos por el propio Emperador. Lo cierto es que Shah Jahan y otros Mogoles como Akbar tenían profundos conocimientos de arquitectura con ideas muy claras de aquello que querían construir. Se ha llegado a decir que si hubiera que mencionar un arquitecto principal del Taj Mahal, éste sería el propio Shah Jahan.

Veinte mil personas trabajaron en el proyecto, según testimonios de la época. Los mejores constructores, los mejores artesanos, los mejores mármoles, las mejores joyas... todo era poco para el lugar de reposo de Mumtaz Mahal; incluso se desvió el curso del río Yamuna para que el Taj Mahal pudiera reflejarse en sus aguas. Más de mil elefantes, camellos y bueyes transportaron el mármol, que tenía que ser llevado desde las canteras de Makrana, en la región de Rajasthan, a 350 kilómetros de distancia de Agra. Pero no sólo el mármol venía de lejos, también muchas de las 43 clases de piedras preciosas y semipreciosas requeridas para las incrustaciones en el mármol. Jade y cristal de la China, turquesas del Tíbet, lapislázuli de Afganistán, crisolita de Egipto, ágata del Yemen, zafiros de Ceilán, amatista de Persia, coral de Arabia, malaquita de Rusia, cuarzo del Himalaya y ámbar del océano Indico, entre otras gemas.

Para llegar al Mausoleo propiamente dicho es preciso atravesar en primer lugar una imponente puerta principal o Darwaza, de 30 metros de alto, que simboliza el paso de lo material a lo espiritual. El edificio, construido en arenisca roja con molduras y paneles de mármol, cuenta con cuatro torres y 22 pequeñas cúpulas, que representan los 22 años que duró la construcción del complejo. Desde la oscuridad del arco de la entrada se ve, justo en frente, la pura y sutil blancura del Mausoleo, en su sublime majestuosidad. La legendaria creación reluce como una perla distante y etérea, impactante en su serena belleza. Y es que el Taj Mahal es eso: poesía hecha arte, un canto al amor, una obra sublime que sólo una alma enamorada sería capaz de ofrecer al mundo.

Tras atravesar el pórtico, se sitúan los charbagh o jardines principales y alineado con el eje norte-sur, se extiende un canal de agua con una hilera de fuentes, que conduce al gran monumento que se levanta majestuoso al fondo. Los jardines, de una simetría muy marcada, en su origen se hicieron en el estilo islámico mogol, una representación terrenal del Paraíso descrito en los textos religiosos musulmanes, un lugar o jardín ideal
con abundancia de plantas y árboles frutales. En este jardín tiene gran importancia el agua, distribuida en cuatro canales que se cruzan en el centro donde se halla un estanque cuadrado de mármol en el que se refleja el grandioso Mausoleo, y que representan los cuatro ríos del Paraíso islámico en los que fluía agua, miel, leche y vino. Cada uno de los cuatro jardines, de forma cuadrada, se dividen en otro cuatro, gracias a unos pasillos de piedra.

Por fin, ante nuestros ojos atónitos, el famoso Mausoleo de mármol blanco, maravilla entre maravillas. Está considerado el más bello ejemplo del depurado estilo de la arquitectura mogol, que combina elementos arquitectónicos islámicos, persas, indios e incluso turcos. El edificio se alza sobre un basamento de mármol de siete metros de altura al que se accede descalzo. Su cúpula central de fino mármol blanco, la “Corona del Palacio”, Taj Mahal, es una construcción espectacular que muestra un toque de refinamiento increíble. De 35 metros de altura, está decorada con relieves de flores de loto y termina en una aguja dorada, que tiene como remate una luna creciente, motivo típicamente islámico, que se coloca siempre tumbada, con las puntas mirando hacia el cielo. La cúpula tiene además a su alrededor cuatro chattris o templetes cuyas cúpulas son réplica de la central. En las cuatro esquinas del basamento se levantan cuatro torres como minaretes de más de 40 metros de altura, rematadas por templetes. Los cuatro minaretes presentan una ligera inclinación hacia afuera para que, en caso de derrumbamiento, no caigan sobre el edificio principal.

El Mausoleo sorprende por la pureza de sus proporciones, perfectas y armoniosas. Sus cuatro fachadas son idénticas y forman la planta de un octógono. Para acicalar el edificio se conjugaron exquisitos atributos decorativos, motivo florales o textos sagrados, ya que en la religión musulmana se prohíbe toda representación humana o animal. Los arcos mogoles de las fachadas, por ejemplo, se hallan labrados y muy adornados con incrustaciones de mármol negro y otras piedras semipreciosas. Alrededor de los arcos pueden verse decoraciones florales, con incrustaciones de gemas, e inscripciones basadas en textos del Corán. El mármol del basamento del edificio está decorado con bajorrelieves cuadrados, con plantas y flores que aluden al Paraíso islámico. Tan exquisito es el trabajo que de este Mausoleo se ha dicho que fue “diseñado por gigantes y terminado por joyeros”.

El Mausoleo está flanqueado por dos edificios idénticos. El del lado oeste es una mezquita, abierta al culto, de tres cúpulas construida en arenisca roja y mármol blanco. El edificio del lado este es el llamado eco de la mezquita, un jawab o casa de invitados, que no se usa para el culto ya que fue construido para mantener la simetría, al equilibrar la composición arquitectónica de la mezquita.

En 1648, los restos de la emperatriz Mumtaz Mahal fueron depositados en el Mausoleo. Mientras el emperador envejecía, los cuatro hijos varones se preparaban para la inevitable guerra de sucesión. Aurangzeb, uno de ellos, triunfó en ese sangriento conflicto en el que solo él sobrevivió. En 1658 Aurangtzeb se proclamó así mismo emperador y encerró a su padre en el Fuerte Rojo de Agra, próximo al Taj Mahal. Shah Jahan sobrevivió en cautiverio durante ocho largos años al cuidado de su fiel hija Jahanara. Cuentan que el anciano ex - emperador no pudo visitar en todo ese tiempo la
tumba de su esposa. Lo más que pudo hacer fue contemplar amargamente su gran obra, el Taj Mahal, desde la distancia, asomado a los balcones de su prisión. En su lecho de muerte, a los 74 años, pidió que se colocará un espejo para contemplarlo por última vez. Murió mirando la tumba de su gran amor.

En 1666, enterraron a Shah Jahan al lado de ella. El interior del Mausoleo presenta la simetría perfecta del exterior, rota únicamente por el cenotafio o sepulcro de Shah Jahan, que fue colocado a un lado. No deja de ser irónico que, en medio de tanta perfección, el único “defecto”de esta magna obra sea, precisamente, la tumba de su ideólogo. El féretro del ex - emperador es el único elemento del conjunto que está fuera de lugar. El Mausoleo fue construido sólo para ella, pero el hecho de que su esposo muriera sin haber erigido su última morada hizo que su hijo y sucesor decidiera enterrar a su padre junto a su esposa, a un lado, para que así, juntos, dormir el sueño eterno.

El cenotafio de Mumtaz Mahal, más pequeño, se halla en el corazón de la cámara mortuoria. Ambos cenotafios, completamente austeros, son de mármol blanco y se hallan rodeados por una espectacular celosía octogonal asimismo de mármol exquisitamente labrado con piedras semipreciosas incrustadas, que filtran la luz natural, traduciendo su belleza en mil colores. Cada lado de la celosía ha sido tallado de una sola pieza de mármol. El cenotafio de ella está recubierto con ornamentación de caligrafía que repite los 99 nombres de Dios que se citan en el Corán. La sonoridad del recinto es lúgubre y misteriosa, como un eco que suena y resuena, y nunca se detiene. Los cenotafios de los soberanos en realidad son una réplica, ya que los originales, no expuestos al público, se encuentran en una recámara subterránea.

Una lágrima en la mejilla del tiempo

No hay un momento ideal para contemplar esta maravilla. Para todas las horas del día, desde el alba hasta el ocaso, tiene el Taj Mahal algún secreto escondido. Uno de sus atractivos es que la luz del Sol imprime diferentes tonalidades sobre el níveo y traslúcido mármol del Mausoleo, haciéndole cambiar de aspecto y de color según trascurren las horas del día. Esa singular policromía también se renueva con el las estaciones. La ilusión de un Taj Mahal mutante y vivo, cuya caprichosa belleza se manifiesta como por arte de magia, es una de los espectáculos más grandiosos que puede percibir la vista humana.

Pero nada de todo esto tiene importancia, porque lo trascendental, lo realmente indispensable, es llegar al fondo de su alma. Porque es el alma lo que hace al Taj Mahal único. Sólo puede ser apreciado en su total magnificencia cuando nos dejamos arrastrar por la carga de emociones y sentimientos que transmite una vez que nos encontramos ante su presencia. Imposible resistirnos a su embrujo. Podíamos estar mirando horas el

edificio sin apartar la mirada de él ni un solo instante. Y esto es a lo que se enfrenta el visitante cuando recorre el complejo monumental sin rumbo, cuando se sienta en un banco y deja pasar el tiempo lentamente, sin prisas, sin más objetivo que el de observar, observar atentamente el Taj. Sólo así es posible sentir la poesía que emana de sus muros. Sólo los que son capaces de percibir ese halo mágico pueden alcanzar en su interior una sensación de paz infinita cuando están frente a él. Las certeras palabras de Rabindranath Tagore lo dicen todo: “Tú sabías, Shah Jahan, que la vida y la juventud, la riqueza y la gloria, todas ellas se dejan llevar por la corriente del tiempo; por lo tanto tú te esforzaste por la perpetuación sólo de la tristeza de tu corazón... Que se desvanezca el esplendor de diamantes, perlas y rubíes, como el resplandor trémulo del arco iris. Que sólo esa gota de lágrima, este Taj Mahal, reluzca brillantísimamente y sin manchas en la mejilla del tiempo, para siempre y eternamente”.

Llega el momento en que uno se siente aquí un extraño, insignificante, quizá inexistente. Exhultante por haber estado frente a otra de las mayores maravillas del mundo, pero al mismo tiempo apenado porque ha llegado el momento del adiós, dirijo mis pasos hacia la salida. Allí, en el pórtico, con la tenue luz del crepúsculo bañando el virginal mármol, que parece querer separarlo de lo humano para acercarlo a lo divino, giré la cabeza para depositar mis ojos sobre el portentoso monumento, para retener aquella última visión que para siempre quedará en mi corazón. El Taj Mahal me ha conquistado.





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